LA COMPASIÓN HOY

Entrevista a Eduardo Velásquez. Por Miriam Cotes Benítez.

Artículo publicado en la revista Budismo Hoy #2, mayo de 2001.
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P: Acabas de publicar un libro titulado El budismo: una alternativa para un mundo en crisis. Por eso, me gustaría que habláramos de lo que es la compasión en un mundo convulsionado como el actual. ¿Cómo vivir la compasión cuando la situación política, social, económica es tan difícil?

R: Creo que lo más importante es ver que la compasión no es romanticismo sino parte estructural de la realidad. Todas las religiones han hablado de compasión, pero pienso que a menos que los pueblos realmente vivan este sentimiento, es decir, que se preocupen los unos por los otros, que actúen con solidaridad, la cultura humana se destruirá… Hoy en día estamos viviendo un proceso de globalización. Dentro de este proceso, pienso que la compasión también debe globalizarse. Para poder alcanzar la felicidad, todos tenemos que trabajar conjuntamente.

P: Antes de seguir es importante que precisemos qué es la compasión para el budismo. La mayoría de nosotros venimos de una cultura cristiana y, por ello, tenemos en mente un concepto de lo que es compasión. ¿La compasión que propone el budismo es la misma que propone el cristianismo?

R: Para el budismo, la compasión es el deseo de ver a los otros felices. En las distintas circunstancias de la vida, la compasión se convierte en lo que recibe el nombre de “los cuatro inconmensurables”: la empatía, que es la alegría de ver a los demás felices; el amor que es desearles a otros felicidad; la compasión que es el deseo de ver a los demás libres del sufrimiento, y la ecuanimidad que es desearles felicidad a todos por igual. Todo esto hace parte de la bodhichitta, que es la mente iluminada y la palabra que en budismo se ha traducido como compasión. Pienso que la visión que tiene el budismo sobre la compasión trasciende el amor ingenuo que otras religiones promueven.

P: Cuando en el budismo se habla de que la compasión es el deseo de que los demás sean felices surge un cuestionamiento relacionado con el hecho de que algunas personas buscan la felicidad haciendo cosas que los dañan a sí mismos y/o a los demás. En esos casos, ¿cómo se aplicaría el principio de que la compasión es el deseo de que los demás sean felices?

R: Para poder aplicar este principio es muy importante que uno mismo madure y se desarrolle. Mientras sigamos buscando esa felicidad que en mi libro llamo “felicidad relativa”, es decir, fundamentada en estar mejor que los demás, en tener más prestigio social, en sobresalir económicamente, etc., las salidas que encontraremos serán pocas pues ésta es una felicidad que sólo la pueden encontrar unos pocos.
El budismo nos ayuda a madurar en el sentido de no fundamentar nuestra felicidad ahí. Nos enseña a sentirnos bien en la soledad de nuestra meditación. No tenemos que demostrarle nada a nadie, ni siquiera necesitamos que el vecino reconozca nuestra felicidad. Así estemos totalmente solos, nos sentimos plenos. Si logramos esto con nosotros mismos, cuando alguien acuda a nosotros podremos darle algo. Cuando trascendemos la necesidad de auto probarnos, comenzamos a ser de verdadera utilidad. Esa es la madurez que da el budismo: entender que la felicidad no es relativa, no necesita reconocimiento de nadie, ni siquiera necesita el aval de un dios.

P: Al comienzo hablaste de la globalización de la compasión. De esto podría inferirse que existe la posibilidad de aplicar la compasión a un nivel social. ¿Cómo construir sociedades más compasivas desde el punto de vista budista?

R: Como ya lo mencioné, todas las religiones hablan de compasión. En las religiones teístas, el planteamiento del amor se hace desde el punto de vista del creador, es decir, se es compasivo porque así se complace el deseo del ser superior. El budismo, por el contrario, nos enseña que para poder convivir como seres humanos necesitamos la compasión. No se trata de desarrollar compasión para satisfacer los deseos de un ser externo, si no de una compasión que nace en forma natural al darnos cuenta de que la mayoría de situaciones que llamamos situaciones de felicidad, son situaciones de convivencia social. No podemos basar nuestra felicidad en la desdicha de los otros. En el momento en que nos damos cuenta de que la felicidad relativa depende de la desgracia de los otros, desarrollamos un entendimiento muy importante para el proceso de globalización que se vive actualmente: para alcanzar la felicidad no podemos pensar egoístamente.

P: Tu planteamiento me parece muy interesante. Sin embargo, tengo una pregunta… A veces es difícil amar a quien nos ha hecho daño: nos matan a un ser querido, nos echan del trabajo a raíz de una medida política o económica que favorece a unos pocos… ¿Cómo ves la posibilidad de desarrollar ese amor del que hablas incluso por los llamados enemigos? ¿Qué importancia tendría ahí el perdonar?

R: Bueno, ese es el gran reto. Actualmente nos encontramos en una situación kármicamente complicada. Las situaciones que vivimos ahora son un reflejo del karma del pasado y por eso son tan complejas. Si todos tuviéramos un entendimiento claro de cómo funciona el karma, probablemente no estaríamos viviendo las situaciones que estamos viviendo hoy.
Siempre hemos tratado de encontrar la felicidad en forma individualista, incluso haciéndole daño a los demás. No entendemos cómo funciona el karma y, así, arruinamos nuestra posibilidad de ser felices en el futuro. Cuando llega ese futuro, no conectamos lo que estamos viviendo ahora con lo que hicimos en el pasado y sacamos la conclusión de que el otro nos quiere dañar. Las situaciones actuales son problemáticas complejas que se han ido creando de vida en vida. La única forma de romper la cadena kármica es no devolviendo el daño que nos han hecho. Si alguien le hace daño a una persona y ésta le hace daño a otra, la situación no tiene fin. Por ello, para poder desarrollar compasión sabia, para madurar, es indispensable entender el karma.
El perdón en el budismo… Bueno, como la necesidad de desarrollar la compasión es humana y no tiene nada que ver con las deidades, el perdón de éstas queda por fuera de cualquier consideración. En cuanto al perdón a los demás, pues pensamos que la transformación interior es más importante. ¿De qué nos sirve perdonarnos los unos a los otros si no hacemos una transformación que nos evite cometer los mismos errores? Esto no quiere decir que el budismo desestime el valor del perdón. Ciertamente, es una buena solución, es un buen paso aunque no es la solución definitiva.

P: Has planteado la necesidad de entender la ley del karma para desarrollar la compasión. Sin embargo, entender esta ley a cabalidad es complicado. En este sentido, proponer la comprensión del karma como solución para desarrollar la “compasión social”, por así llamarla, no me parece viable… ¿Como salvar esta dificultad de ver la ley del karma claramente y cómo salirnos de una visión limitada de ésta según la cual es equivalente a la ley de “ojo por ojo y diente por diente”?

R: Comprender cómo funciona el karma es una de las aspiraciones más altas que puede tener un ser humano. Si miramos nuestra historia, podríamos decir que muchos problemas tienen su origen precisamente en esa falta de entendimiento. Cuando en la Edad Media en Europa se dieron epidemias como la peste bubónica y la gente no entendió que la causa eran las ratas que tenían debajo de su cama, pensaron que eran demonios… Se cometieron muchas injusticias simplemente por no entender que se trataba de una infección transmitida por las ratas.
Hoy en día nosotros también somos víctimas de muchas supersticiones y, debido a ellas, cometemos muchos errores. Por eso, pienso que la aspiración de entender el karma siempre debe estar presente. Es posible que hayamos establecido algunas conexiones, pero siempre habrá más y más que aprender… Esa es una de las cosas que más me gusta del budismo: la mente del budista es muy abierta, es una mente donde caben seres que nunca hemos visto y posibilidades que nunca hemos soñado. El budismo nos ayuda a mantener una perspectiva que se abre a los nuevos descubrimientos. Por ejemplo, el Dalai Lama mismo ha dicho que si la ciencia lograra demostrar que la reencarnación no existe, él sería el primero en descartarla.
Ahora bien, mientras no lleguemos a entender cómo se conectan las cosas entre sí, pienso que muchas de esas actitudes como el perdón, que ya hemos mencionado, son importantes. Cuando una perdona no entiende realmente lo que una persona está haciendo: ¡si lo entendiera no habría necesidad de perdonar! Por ello, creo que en tanto uno no sea un ser iluminado tiene que valerse de este tipo de herramientas con miras a romper la cadena kármica. Cuando somos de beneficio para otros, ya no hay necesidad de perdonar ni de ser perdonados. Como ya le he dicho, la transformación es más importante que el perdón, pero mientras no entendamos la ley del karma, creo que herramientas como el perdón son muy útiles, algo noble.

P: ¿Cómo se desarrolla la compasión?

R: Lo primero que hay que entender es que es una característica inherente al ser humano. El desarrollo del ser humano es natural, no es budista. A veces pensamos que el budismo es el dueño de la iluminación… No… El budismo es un camino a la iluminación, pero no es el único.
El desarrollo de la compasión va de la mano con el desarrollo humano, es decir, con la capacidad de darnos cuenta. En el momento en que nos damos cuenta de que el otro ser es igual a nosotros, el principio de la compasión comienza a desdoblarse, adquirimos responsabilidades éticas, por así decirlo. Es la vida misma la que impone este tipo de leyes, la que nos ayuda a desarrollar la compasión. Ahora bien, el budismo simplemente hace conscientes cosas que son naturales y, de esa manera, nos ayuda a estar de acuerdo con la realidad, con las cosas como son. Lo único que hacen las técnicas budistas para el desarrollo de la compasión es acelerar el proceso natural. Las prácticas para desarrollar la compasión nos ayudan a que, deliberadamente, aprendamos a ponernos en los zapatos del otro. Lo que logra la práctica budista es que ampliemos nuestra compasión natural y cada vez incluyamos a más y más gente. Por eso creo que en la situación actual de crisis el budismo es muy útil: incluye a todos los seres.

P: Tomemos el caso de una persona difícil, alguien que sistemáticamente se dedica a dañar a los otros. ¿Cómo le hablarías de compasión? ¿Cómo lo convencerías de que todos sentimos lo mismo, de que su deseo de alcanzar la felicidad es igual al de los demás? ¿Existe una pedagogía budista para enseñar esto?

R: No creo que sea fácil convencer a una persona que se involucra en actos equívocos o malsanos a través de raciocinios o incluso de situaciones opuestas como darle amor. Todo tiene que ver con el desarrollo de cada ser. Si tratamos de corregir una acción negativa en un animal, sabemos que es imposible razonar con él. El animal no razona. Por eso, nos toca recurrir a las técnicas de estímulo/respuesta. Por otro lado, a medida que el ser humano desarrolla el pensamiento abstracto, puede aprender de situaciones sin necesidad de pasar por ellas, puede predecir lo que va a suceder, puede entender cómo funciona el karma…
Una historia tibetana cuenta que una vez había un yogui meditando. Un ladrón entra a su cueva y le roba todas las cosas. El yogui le ayuda a empacar y al despedirse le dice: “Espero que las disfrutes”. El ladrón, conmovido, se convierte en uno de los mejores discípulos del yogui. En la historia humana también hay muchos ejemplos de este tipo en los cuales en un momento dado una acción pacifica, bondadosa, produce grandes transformaciones. Tenemos el caso de Gandhi que logró expulsar a los ingleses de su país sin disparar ni una sola bala. Sin embargo, las cosas no funcionan siempre tan bien. Mientras Gandhi hacía esto en India, Hitler estaba arrasando a Europa. Al preguntarme si había alguna forma amorosa de convencer a Hitler de que lo que estaba haciendo era errado, mi respuesta es no. Por eso creo que lo que hizo Churchill con los aliados fue la mejor opción.
Pienso que en casos como el planteado, la sabiduría tiene una gran aplicación: siempre que podamos utilizar el raciocinio, la comprensión, el cariño, para hacerle entender algo a alguien, pues es lo mejor… Pero en otras situaciones, como el caso de Colombia hoy en día, creo que hemos cometido un error. Les hemos dado a los violentos el mensaje de que la violencia es la mejor forma de que les concedan lo que piden y, así, hemos llegado a una situación muy compleja en términos kármicos.
La verdad es que creo que tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para encontrar formas de desenredar la madeja kármica. Si pudiéramos hacerlo, estaríamos al otro lado. La historia de la humanidad es una historia de acción y reacción. Es la historia del funcionamiento del karma. No creo que sea sencillo ponerle fin, pero sí creo que es posible. Como budista no puedo decir que las cosas son fáciles, pero es importante que tengamos confianza en que podremos salir de nuestros problemas. Vamos a fracasar aquí, a tener un acierto allá, pero mientras mantengamos una actitud de nobleza, será posible salir de la situación kármica en la que nos encontramos hoy.

P: En algunas enseñanzas budistas se habla de una sociedad iluminada, Shambala, que existió alguna vez y a la que es posible volver. ¿Cómo crees que sería una sociedad iluminada?

R: Yo no veo esas historias como sucesos espacio-temporales sino como potencialidades que siempre están presentes. Veo estos mitos como símbolos de lo que es el mundo condicionado, de lo que es el ego en el mundo condicionado y de lo que es la iluminación. Para mí, Shambala no es necesariamente un determinado sitio geográfico. Es la realidad de un pueblo en el que la gente tiene consideración por los otros. Es un reino donde los gobernantes son bondadosos y los gobernados también.
Cuando la gente comienza a ser desconsiderada, cuando cada quien busca su felicidad en forma egoísta, haciéndose daño, llegamos a la epítome del Samsara, lo que en el budismo se llama los “reinos bajos”. Tanto Shambala como los reinos bajos son una potencialidad que está presente en cada momento. Somos nosotros mismos los que escogemos vivir en el paraíso o en el infierno. En general, veo el reino mítico de Shambala como la posibilidad que tenemos de salir de la confusión y llegar a un estado en el que somos solidarios, sabios, claros; en el que nos damos felicidad los unos a los otros.

P: ¿Qué valores sería importante desarrollar de cara a la construcción de una sociedad así?

R: Las enseñanzas budistas son especialistas en este tema. Las prácticas del Camino del Diamante nos ayudan a relacionarnos con todas las cualidades humanas. Para darles una mayor intensidad, se utilizan los aspectos búdicos, que no son más que estas cualidades elevadas a su máxima potencia. Algunas de estas cualidades son la sabiduría y la compasión, que son las dos alas del pájaro de la iluminación, pero además también están el desarrollo de un intelecto claro, la paciencia, la energía, la generosidad… Todas éstas son cualidades muy importantes si queremos desarrollarnos como seres humanos y construir una sociedad iluminada.

P: Para terminar me gustaría que nos contaras cómo has aplicado la compasión en tu labor de instructor del dharma, a la que has dedicado los últimos veinte años de tu vida… ¿Cuál es el papel de un instructor de budismo en el mundo de hoy?

R: He tenido la gran fortuna de haber llegado al budismo a raíz de una preocupación por la condición humana y no viceversa, es decir, no es el budismo el que me ha llevado a preocuparme por el sufrimiento y la condición humana sino al contrario. Siempre he puesto el sufrimiento y la felicidad de los seres humanos por encima del budismo. Ésta ha sido una gran ventaja ya que me ha permitido practicar el budismo desde una perspectiva amplia. Siempre he visto el budismo como una herramienta y no como un fin en sí. Esto me ha permitido no volverme fanático y pensar siempre en cómo el budismo puede ayudarnos en la situación en la que estamos.
Nunca he tratado de convertir a nadie al budismo. Pese a que el budismo mueve mis sentimientos más profundos, siempre he tratado de mantenerme alejado del sentimentalismo porque veo que la situación del mundo en este momento es de un peligro tal que nos obliga a mirar de forma muy precisa cuáles son las cosas que nos pueden transformar rápida y eficazmente. Las actitudes fanáticas son peligrosas porque al ser fanáticos podemos generar una reacción adversa del fundamentalismo. La situación del mundo es cada vez más confusa. En la medida en que las condiciones de vida se hagan más extremas, cada una de las tradiciones fundamentalistas querrá que sus valores vuelvan a arraigarse. Dirán que la razón por la cual el mundo está así es porque las personas se han alejado de los valores fundamentales. Lo más probable es que esta reacción sea violenta. Si todavía viviéramos como hace mil años, es probable que una sola creencia se impusiera sobre las demás. Sin embargo, esto no es lo que va a suceder ahora. Actualmente, estamos abocados a la vacuidad de la que habla el budismo, que es, entre otras cosas, la ausencia de fundamentalismos en términos de las creencias.
En estos veinte años el budismo me ha ayudado a aclarar mi entendimiento de los conflictos humanos y a pensar en los cambios que es necesario llevar a cabo para que el día de mañana vivamos en una forma más realizada. No obstante, lo más importante de todo es que me ha mostrado que tiene métodos y prácticas por medio de los cuales las personas realmente se transforman. Esto lo he visto en la gente y no en las creencias. No basta con leer un libro y decir que el budismo tiene mucha sabiduría, que es muy bonito. Lo más valioso es conocer a los practicantes y ver cómo privilegian la transformación y consideran que el éxito de las enseñanzas está en la transformación profunda que hoy en día necesitamos urgentemente